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Cuando llegué al barrio
tú eras
una rica
pero insignificante
hermosa piedra.
Te esculpí
para sacar
tus estúpidas
ostentaciones.
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Enceguecida y sonámbula,
en alguna parte brilla
por los besos
de su imperfecto ángel.
Ella espera toda la noche.
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Caminar parece espléndido.
Avenidas hechas a mano.
Levitar normal.
Llevar el Sol en los ojos.
Esperar por ella
Suele tomar el día.
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— Pásame los cigarros
dijo su voz de fuego,
— no fumes en cama
rezongo con frialdad.
Extiende su lengua
- amanece caluroso -
el vapor se libera
y el alquitrán arde.
Malditas calles de asfalto.
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Siente la articulación
al punto del
desmembramiento,
ambos no ceden.
Por más calor
impreso
la calma
no regresa
y ella levita
libre como siempre
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Al amanecer
él busca
sus pies fríos
- pequeños -
caben en un
continente.
Arrasa
con el mar,
con las nubes,
unas rocas
más allá
y un tobillo
lo paraliza.
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La naturaleza
era una
mitología
para ambos.
Corrían
entre nieves,
fiordos, líquenes
y aves grandes.
Vestían
de sabiduría
los tiempos
sin relojes
o esfinges.
La ciencia
muy tarde
comenzó
a mirarlos
con sus ojos.
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Él desde el Este
y ella por delante,
siempre
con ventaja.
Ella sinuosa,
perpicaz
y deslenguada,
él tratando
de tapar su boca.
Los volcanes
antes
de la mano
escupían.
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A veces y
sin darnos cuentas
los siglos
hacían madurar
su relación.
Él presentaba
disposición a tocar
todo aquello necesitado
y ella era abundancia
donde se sumergiera.
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Sin embargo
él podía esbozar
una sonrisa
destejida,
cuando las olas
mojaban
sus pequeños pies.
Ella fruncía
el cielo
y las nubes
hacían caer
sus cejas.
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