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Había puñaladas
sin armas,
estragos
sin estropicio,
espanto
sin asombro.
Parecía
de plástico
la actitud
y sin embargo
eran sinceros.
Autodestructivos siempre
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Continuará mañana
Él peleaba
con las nubes
y ella contra
el mar era imparable.
De espaldas
ante el duelo
desde la mañana dorada
hasta la tarde naranja.
Las estrellas
eran saliva oscura
y la erosión
del roce entre sus ojos
único canto vivo.
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La primera vez
en besarse
fueron larvas
y la última
sencillamente
eran un par
de polillas.
Atraídas
por el fulgor
de palabras
fluorescentes.
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La paciencia
de las hormigas
estaba en sus manos,
escultora:
en puestas de sol,
en medias lunas
y fines de semana
terroríficos.
Él la amaba
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Vuelvo a la niña.
Única capaz:
de verlo,
de olerlo,
de sentirlo
y degustar
en el aire.
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Al amanecer
él y el sol
luchaban
por despertar
a más gatos posibles.
Los gallos
igual logran verle,
cantan de miedo
obviamente.
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En sus noches
o sea
en nuestros días,
él volaba
sobre las cabezas
de los niños,
éstos lloraban,
luego invisible
uno a uno besaba,
el silencio volvía.
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Los días de verano
un Icarus
aparecía
detrás de sus lentes.
Verle y no temerle
¿cómo carajos logras eso?
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Él y sus mil formas:
a veces de alas,
otras de oruga,
e incluso de tiburón.
Lo suyo
eran - metamorfosis -
encubiertas
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Le temía
por sus gafas
en reflejos dorados,
de mutis certero,
todo pensamiento
temblaba.
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